EL COMERCIO DECANO DE LA PRENSA ASTURIANA
09-08-2002
Paché Merayo
Pelo pintado de tiempo y atado a la espalda. Bajo él, casi dos metros de catalán apasionado. Es Joan Pedragosa y es de esas personas que despega las miradas de los lugares habituales para llevárselas consigo, ya se mueva cerca o lejos de su obra. Ayer llegó a Gijón, siguiendo los pasos de las esculturas que titula en latín. Hoy, abre en el Palacio Revillagigedo la exposisción que las reúne.
Joan Pedragosa se dejaba ayer fotografiar por Beta, su compañera y materia carnal de una de sus obras más singulares. Apostado en la fachada del Palacio, al otro lado de los carteles que anunciaban su obra, programando la casualidad de un paseo bajo ochenta kilogramos de acero marino de otra de sus piezas, daba cuenta de la cita con Gijón no era un viaje más para sus esculturas.
Esta parada en el Revillgigedo es ya la segunda para usted. Pero en la primera vino a la ciudad el Pedragosa diseñador y no el que se muestra ahora.
Es cierto que vine como diseñador gráfico con otros cuatro compañeros de oficio, pero no tanto que entonces no hubiera en mí una intención escultórica. Creo que la escultura es como la relación de lo intuitivo, y en mi intuición siempre estuvo el volumen. Si busca en la memoria encontrará que ya en aquella primera cita fui el único de los diseñadores que presentó trabajos en tres dimenciones. Eran mis pequeñas primeras esculturas.
Hablamos de 1986. No hace demasiado de su cambio de rumbo. ¿Cómo se produjo?.
Fue durante un viaje a la Patagonia argentina aquel mismo año. Yo ya había empezado a levantar en volúmenes aquello que para casi todo el mundo tenia como referencia lógica el plano de un papel, pero eran esculturas seriadas y pequeñas. Tras el viaje, decidí que era hora de profundizar y dedicarme por entero a las grandes proporciones.
¿Es cierto que ya no volvió a trabajar sobre el papel, ni siquiera para bocetar una pieza?.
Lo es. Voy directamente al yeso o al cartón de alto gramaje. Las hago convertir en maquetas, pero no todas llegan a covertirse en obras. A veces, se desestiman, se apartan porque no logro ver en ellas las premisas que esperaba encontrar, no evolucionan como creía que debían hecerlo y se estancan.
Ha dicho apartar y no desechar. ¿Les da una segunda oportunidad?.
Sí, claro. De repente, vuelves a ellas un día y, como todo en ti ha cambiado, ellas también lo han hecho y ves cosas que no estaban, ideas nuevas en funcionamiento.
A veces, funcionan en una segunda oportudidad, pero de todos modos son muchas las ideas que no llegan a consolidarse nunca y pocas las que encuentran su verdadero camino, dejando salir el espíritu de su interior, el espacio interesante.
En esta exposición hay piezas de muy diverso tamaño, pero da la sensación de que le produce más placer acariciar una de sus obras de gran formato y tonelaje.
Hay una gratificación añadida en las obras que pueden caompetir con tu tamaño y que te permiten un diálogo con la materia que deriva en entendimiento.
Sus materiales siempre férreos son, sin embargo, muy diversos. ¿Que protagonismo le otorga a la materia?.
Muchísimo. De él depende la calidez o la frialdad. Ahora, creo que las mías, las que se pueden ver aquí, son todas muy cálidas. Creo, asimismo, que el tratamiento de un material le hace comportarse de una manera u otra.
Sus obras piden ser tocadas. ¿Le importa?.
No. La escultura debe ser acariciada. El contacto físico es, a veces, la mejor de las miradas.
Para abrir boca, el patio del Palacio ofrece una obra que pende del techo, titulada Depitecus. Dicen que es una de sus favoritas. Se ha fijado en su acabado perfecto, en su movimiento matemático. Cada una de las vueltas que ejecuta sobre sí misma, corresponde a un minuto. Es como un impresionante segundero de un reloj que no falla.
Matemáticas y escultura, ¿buena pareja?.
La mejor. Las matemáticas son aliadas esenciales de la escultura. La gente no sabe hasta que punto son necesarias.
¿Por qué titula todos sus trabajos en latín?.
Soy un amante del Mediterráneo, de la cultura que nos precede. Siempre he amado el latín. Le da personalidad a las piezas, aunque queda claro que no pretende ser un mensaje para el espectador. Sólo es un sonido. A veces es una vivencia previa a la escultura o un pensamiento, como quid futurum sit, lo que ha de acontecer, que acabó siendo una enorme pieza, ahora expuesta aquí.