José Corredor-Matheos
Barcelona, 16 de Julio de 2001
La escultura supone la exploración del espacio. Pero siempre es difícil afirmar esto o lo otro de aquello que no se somete a la estricta racionalidad, que se abre a la exploración del misterio y es, en el fondo inefable, e igualmente podemos decir que lo que hace la escultura es crear espacio.
En nuestra cultura occidental no parecía creerse que las artes plásticas -no sólo, pues, la poesía y la música- pudieran abrirse también al tiempo. Y tiempo y espacio cobran, en cambio, especial aceleración en nuestra época. Un móvil, al mismo tiempo que cambia de posición, y hace variar, por lo tanto, el espacio mismo, introduce el factor tiempo, por efecto del movimiento. Espacio y tiempo consuman y consumen la realidad de los cuerpos físicos, los hacen vivir. La escultura actual parece moverse, variar de forma y situación, al ritmo marcado por el paso de un tiempo y de un espacio que abren nuevos ámbitos.
Pedragosa da una respuesta personal a esta nueva concepción de la escultura.
Percibe con claridad que el arte acompaña siempre al hombre en su viaje y que la escultura puede reflejar de manera simbólica, y también verdaderamente efectiva, esa condición viajera. Para ello era necesario que la obra se aligerara de materia.
La historia entera de la escultura contemporánea ha supuesto un proceso de desmaterialización. Las investigaciones estructurales, la introducción del hierro por González, el predominio del concepto sobre la materialidad de la obra, iban en este sentido. Una escultura no es ya siempre algo fijo, clavado en un punto en que se cruzan espacio y tiempo sino que puede desplazarse de aquí para allá, como se desplaza el destinatario individual y colectivo de la obra de arte. Las esculturas de este singular artista las podemos llevar físicamente con nosotros en nuestros viajes, cada vez más frecuentes, al igual que cobran el valor de metáfora y símbolo de otro Viaje, de un destino que parece desconocido.
No es que se niegue la materialidad de la obra de arte, sino que se trata de establecer una relación más estrecha con un espectador que es también usuario en un sentido más directo.
Estas esculturas tienen el tamaño apropiado para su función y ofrecen la posibilidad de montarse y desmontarse con facilidad. De un desplegamiento espacial que permite instalarla establemente sobre una superficie y puede pasar a convertirse en algo perfectamente plano. Los ligeros materiales empleados son el PVC, la varilla de fibra de vidrio, la madera de haya, el hilo de nylon, el tubo de silicona flexible, la cartulina y cartón acanalado ecológico.
La escultura de viaje, de la que hablaba Bruno Munari hacia 1960, es un objeto que conoces bien, por formar parte de tu entorno, pero que, trasladado a otro que nos sea desconocido, se constituye en punto de referencia para establecer una conexión entre lo cotidiano y un hábitat indefinido, como puede ser un hotel. Por la contemplación o por su sola compañia, ese objeto artístico es capaz de crear una sensación de tranquilidad y relajación.
Poder llevar una escultura determinada que nos acompañe, llevar el arte mismo con nosotros, y desplegarla en este o aquel lugar, una mesa o una mesilla de noche de hotel, en cualquiera de las estaciones de nuestro trayecto, en vacaciones o en nuestras estancias en la residencia habitual...
¿No es esto lo que hacían los pueblos nómadas, no es recuperar la sensación, que parece más evidente cada día, de que todos somos nómadas, de que plantamos la tienda hoy aquí y mañana allá, y que lo llevamos todo con nosotros?.
Para esta aventura era necesaria una larga preparación como la que ha aportado el bagaje estético y técnico, profesional, que posee Joan Pedragosa. Los materiales son resultado de un laborioso estudio previo y, sin embargo, o acaso por esto mismo, son extremadamente simples.
Pero ¿no ha de ser claro y, en último extremo simple, todo arte? Todo es claro en estas obras. Las formas se recortan en el espacio nítidamente. Son geométricas -todo arte tiene un alma geométrica-, sus perfiles son redondeados o rectos. Se trata de planos que se interpenetran o se curvan y de finas varillas que indican direcciones, aunque, signo de la que parece indeterminación última del mundo que llamamos real, las direcciones pueden variar, y la flecha que nos indicaba el norte puede pasar a señalar el sur, si es que no se trata de orientarnos a metas desconocidas que no responden a los puntos cardinales.
El color es importante. En antiguas culturas siempre lo fue, aunque, una vez la estatuaria griega perdió su color, tan vivo, tan oriental, al hombre occidental pareció entrarle un extraño pudor, o un temor, a todo lo que connotaba explícitamente una vida plena y en último extremo misteriosa, y concentro la atención en el blanco mármol, la piedra con su color natural y el oscuro bronce. Sólo la madera albergaría el color, para expresar un sentimiento que podemos entender como religioso o, si lo preferimos, profundo, en su visión de un mundo que es tan real como irreal y que, siendo visible, emerge de lo invisible.
El color de las esculturas de Joan Pedragosa son alegres, de una alegría que nos remite a la vida diaria, y, al mismo tiempo, la limpieza de estos colores, su uniformidad, su artificialidad -el arte es, necesariamente, tan natural como artificioso-, nos trasladan a un ámbito abstracto, donde todo es puro y las sensaciones están lavadas de toda ganga, donde razón e intuición se concilian. Colores enteros, puros, o de matizados tonos, estos rojos, amarillos, azules y blancos, con el tono pardo del cartón, componen un sistema armónico, de donde está excluido el drama y todo sentimiento que no sea muy depurado, donde todo es, si no puro, casi puro, como pedía Jorge Guillén para la poesía.
Poesía es la escultura de este artista. De un lirismo suave y penetrante, sosegado y sosegador, el más apropiado para acompañarnos en los viajes y en el Viaje. En estas obras está expresada y cumplida la larga historia de la vanguardia desarrollada a lo largo del siglo XX. En el siglo que ahora se inicia, con un 2001 con resonancias de la ya mítica Odisea del Espacio, el arte es tan diverso como diversas y en constante transformación son las formas de vida.
El arte se transforma y, como ocurre virtualmente y efectivamente en estas magníficas obras de Joan Pedragosa, está dispuesto para viajar. No es necesariamente efímero, pero acepta serlo. Está concebido y dispuesto para un viaje constante y para adaptarse a emplazamientos y disposiciones diversas, y, sin embargo, como el arte de todas las épocas, como el espíritu del hombre de todas las épocas, gira en torno a un punto fijo, un centro situado en niveles muy profundos, allí donde se desvanece la fina membrana que separa nuestro interior y el mundo que llamamos real, donde el tiempo se detiene y el espacio desaparece.
En torno a ese punto inconcebible gira o se desplaza el arte. En torno al punto donde se halla el verdadero sentido del arte se mueven también estas esculturas tan frágiles como bien estructuradas y construidas, de colores luminosos y felices, creadas por Joan Pedragosa.